SOLO POÉTICAMENTE HABITA EL HOMBRE LA TIERRA

* Este texto foi lido con motivo das "Xornadas Equinocciais" celebradas na Ribeira Sacra do 24 ao 26 de marzo de 2011, xornadas de encontro e debate, cuxo tema este ano foi "os ríos".

Mar Sabater

Mi primera intención fue dirigida a buscar como nombraros la sacralidad de las aguas, la importancia de los pozos, con  la de las  fuentes, la conciencia del agua en forma de lluvia, el agua que precede y forma  al río, y esto quería hacerlo a través de un texto que no he logrado localizar, por lo que me conformo con nombrarlo de memoria.

Éste decía a muy grandes rasgos que en las cunas de las civilizaciones lo primero que se  ofrecía a todo recién llegado a una casa,  a una aldea, o a un lugar era  agua y esto se hacia con un sentido ritual, pues ofrecer el agua de tu pozo simbolizaba entregar el conocimiento adquirido, mientras que la de manantial era la que simbolizaba el conocimiento ofrendado desde lo alto, y la de lluvia, la mas pura, era regalo de los dioses, por eso que esta siempre fue la que se usara en ritos y ceremonias de purificación.

Un río aúna todas ellas.

Esto que aquí queda en esqueleto, quería  continuarlo haciendo referencia a todos los ríos míticos y sagrados que existieron y siguen  existiendo en  diversas culturas.
Comenzando por  egipcios y griegos y su río mítico, río que trasladaba a los muertos a la otra orilla. Aunque el Léete, o Leteo tenia otra propiedad también era el río del olvido. Aquí en Galicia tuvimos un Leete, aquí cerquita porque entre los autores antiguos se decía que el pequeño río Limia cerca de Xinzo de Limia (Ourense) tenía las mismas propiedades de borrar la memoria que el legendario Leete. Y que fue en 138 a. C., que un general romano Décimo Junio Bruto intentó deshacer el mito, que dificultaba las campañas militares en la zona. Se dice que cruzó el Limia (que significa olvido) y entonces llamó a sus soldados desde el otro lado, uno a uno, por su nombre. Éstos, asombrados de que su general recordara sus nombres, cruzaron también el río sin temor, acabando así con su fama de peligroso.
Del Leteo habría que irse al cielo del Corán a ver los ríos del paraíso que destilan leche y miel y luego a acompañar al Dante que hace nacer al antiguo Leteo del centro del purgatorio y ver como revierte el significado del río de la muerte al río de la vida, cosa que ya había hecho la Biblia con el río Jordán y el hinduismo que ha mantenido los tres conceptos juntos en su sagrado Ganges, puesto que ese río limpia, bautiza y traslada a sus muertos y además hace olvidar (en este caso el peligro que esto supone para la higiene moderna).

Pero este “río” que había yo cogido tenía tantos afluentes y desvíos en la pintura, la literatura y la poesía que me encontré abismada en una corriente atronadora, sólo comparable a las de las fuentes del Nilo.

Por lo que mi barca tomó otro rumbo y recordé un pequeño pero no por eso menos sesudo y trascendente ensayo de Heidegger sobre un puente y aquí os lo presento cortado y esquilmado, que Heidegger me perdone que yo apenas puedo. Pero el puente es una figura inolvidable de los ríos  puesto que los humanizan y adornan, marcan el lugar y el camino para los habitantes al unirnos con la otra orilla.

Y puesto que un puente es construcción ¿en qué medida el construir es habitar? Quizá pensemos que habitar y construir son dos actividades separadas. Se pregunta Heidegger ¿qué es habitar?
La antigua palabra dice que construir significa también habitar, esto quiere decir permanecer, residir. Pero a la vez nos da una indicación sobre como debemos pensar ese habitar que ella nombra, el modo como tu eres, como yo soy, la manera como los hombres somos en la tierra eso es habitar, porque esa palabra significa al mismo tiempo abrigar y cuidar; así como (construir) o cultivar una tierra de labranza construir o cultivar una viña. Este construir tiene el sentido de cobijar el crecimiento.

Construir en el sentido de abrigar y cuidar no es ningún producir.

En el vocablo gótico también entra ese permanecer, residir, pero va más allá, da cuenta de cómo debe ser esa experiencia de permanecer pues significa estar satisfecho (en paz) llevado a la paz, permanecer en ella y la palabra paz a su vez habla de estar preservado de daño y amenazas es decir cuidado. El rasgo fundamental del habitar es este cuidar, el ser del hombre descansa en este habitar

El hombre habita la tierra y ésta es la que sirviendo sostiene. La que floreciendo da frutos. Extendida en riscos y aguas abriéndose en forma de plantas y animales.

Los mortales la habitamos en la medida que cuidamos la tierra y cuidar significa a su vez franquear a algo la entrada a su propia esencia: cuidar la tierra es algo más que explotarla o incluso estropearla, cuidar la tierra no es adueñarse de ella no es hacerla nuestro súbdito, donde solo un paso conduce a la explotación sin limites.

Los mortales son los hombres, a si se llaman porque pueden morir, y morir significa ser capaz de la muerte: como muerte solo el hombre muere.
Los mortales habitan en la medida que reciben el cielo como cielo, en la medida que dejan al sol y a la luna continuar su viaje, a las estrellas su ruta, a las estaciones del año su bendición y su injuria, en la medida que no convierten la noche en día y el día en una carrera sin reposo.

Esto seria si el habitar solo fuera un residir en la tierra.

Esto es lo que debemos saber para aclarar lo que es construir pensado desde su esencia pero ¿qué es una cosa construida? Sirva para nuestra reflexión un puente.

El puente deja a la corriente su curso y al mismo tiempo garantiza a los mortales su camino, para que vayan de un país a otro, a pie, en tren o en coche. Los puentes conducen de distintas maneras. El puente del pueblo lleva a la plaza de la catedral. Otro puente, atravesando el río, lleva a los coches a los pueblos de los alrededores. El viejo puente de piedra que, casi sin hacerse notar, es el camino desde los campos al pueblo; el puente que atraviesa la autopista está conectado a la red de rutas de larga distancia; una red establecida según cálculos y que debe lograr la mayor velocidad posible. Siempre, y cada vez de un modo distinto, el puente acompaña de un lado para otro los caminos vacilantes y apresurados de los hombres, para que lleguen a las otras orillas y finalmente, como mortales, lleguen al otro lado. El puente, en arcos pequeños o grandes, atraviesa río y barranco — tanto si los mortales prestan atención a lo superador del camino por él abierto como si se olvidan de él —  El puente reúne.
El puente se tiende «ligero y fuerte» por encima de la corriente. No junta sólo dos orillas ya existentes. Es pasando por el puente como aparecen las orillas en tanto que orillas. El puente lleva la corriente, las orillas y la tierra a una vecindad recíproca. El puente coliga la tierra como paisaje en torno a la corriente. De este modo conduce a ésta por las riberas. Los pilares del puente, que descansan en el lecho del río, aguantan la presión de los arcos que dejan seguir su camino a las aguas de la corriente. Tanto si las aguas avanzan tranquilas y alegres, como si las lluvias del cielo, en las tormentas o en el deshielo, se precipitan en olas furiosas contra los arcos, el puente está preparado para los tiempos del cielo y la esencia voluble de estos tiempos. Incluso allí donde el puente cubre el río, el puente mantiene la corriente dirigida al cielo, recibiéndola por unos momentos en el vano de sus arcos y soltándola de nuevo.
El puente coliga según su manera junto a sí, tierra y cielo; los divinos y los mortales, y sólo por él, surge un lugar.
Mañana cuando vayamos a Peares podremos ver cada uno de los puentes que aquí quedan reflejados. Sólo añadir que aquí en Galicia los lugares de encuentro, de  encrucijadas de caminos, son lugares mágicos, lugares de poder y de ánimas; y de los puentes que son los balcones del río y que sus petriles permiten apoyar los brazos para abismarse en la contemplación de  su corriente y ver sus espejeantes brillos, y que también Heidegger dijo:

Solo poéticamente habita el hombre sobre la tierra.




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